domingo, 13 de septiembre de 2015

La importancia de un buen maestro

Por Esteban G. Santana Cabrera
Hablar del  papel determinante del maestro en la sociedad es indiscutible. Detrás de cualquier persona hay un maestro/a que lo ha marcado para bien o para mal. Yo he tenido buenos y malos maestros y hoy les quiero hablar de ello.
¿Quién no se acuerda de sus maestras de infantil? Las mías fueron Chita en la cueva de la Calle Belén en Tamaraceite la que me enseñó a leer y luego la Señorita Tita que era un encanto, en  un colegio, el de Don Santiago, donde tuve la experiencia terrorífica de "cagarme de miedo" en más de una ocasión ante su presencia y donde tampoco me libré de sus nalgadas. Aún recuerdo la sensación del trasero ardiendo, en el pasillo por no saber hacer una raíz cuadrada, en 4º de Primaria.
El mejor maestro que yo tuve fue mi hermano gemelo, que era capaz de hacerme llegar las explicaciones de las distintas materias, sobre todo las de ciencias, porque yo en muchos casos no daba pié con bola. Es verdad que no ponía mucho de mi parte en el aula y estaba más preocupado de pasarlo bien y copiarme que de aprender algo de memoria y de manera repetitiva. Él fue siempre mi comodín hasta que pude "chupar del bote" y el propio sistema te hace caer, pero eso lo cuento luego.
Con respecto a mis maestros/as quiero destacar el caso de una profesora en el instituto que me preguntó qué quería estudiar y yo le dije que quería ser maestro. Su respuesta fue "pobres niños". ¡Cuánto mal me hicieron aquellas palabras que me llegaron a lo más profundo del corazón! Hasta tal punto que terminé COU y me metí en derecho, para perder un año y darme cuenta de que lo que yo realmente quería era ser maestro.
Y quería ser maestro porque nunca fui un buen alumno, que no es lo mismo que un alumno bueno, que eso sí que lo era, al menos nunca llevé una nota de los profesores a mi madre a pesar de que algunas trastadas sí que hacía. 
Fui considerado toda mi vida de la enseñanza secundaria como un mal estudiante, un parásito de mi hermano gemelo, Él sí que era bueno y brillante, los profesores le admiraban y era capaz de levantarse a las 6 de la mañana para estudiar y yo no podía ni abrir los ojos para aprenderme de memoria algo que no me decía nada. Unas matemáticas que no entendía su aplicación a la vida diaria y que se alejaba más y más de mi entendimiento, una filosofía que era pura teoría, una física y química que no veía el laboratorio ni en fotografía y lo más activo que hacías era salir a la pizarra para que el profesor te dijera "siéntese porque se nos va a hacer de noche".
Yo luché contra ese "sistema" y si lo que había que hacer era aprobar, yo lo hacía aunque los modos no fueran los más correctos: copiando, cambiando exámenes, haciendo chuletas, etc, etc.
Pero hasta que un día no pude más seguir con esta "trama" y ya no sirvieron ni los consejos de mi pobre madre, ni las chuletas, ni mi hermano gemelo que ya no me hacía ni caso porque yo no entraba por el aro, ...y tuve que repetir curso.
Ese fue el principio del cambio. Solo ante el peligro y un profesor de inglés, Germán, que era cercano y motivador. Lo entendía, hablaba otro idioma pero conectábamos. Y pasé del Muy Deficiente el curso anterior al Sobresaliente. Y así con otros profesores como Geni en Latín, etc... ¿Tan mal alumno era? ¿Dónde estaba el fallo? Porque tras repetir aprobé todas las asignaturas, solo me seguía quedando la Física y Química del profesor alérgico al laboratorio y pegado a la silla desde que llegaba hasta que tocaba el timbre. Pero si había que aprobar se aprobaba, y si no era un año era el otro, y si no era con ese profesor era con otro. Y así fue. llegué a aprobar las matemáticas de primero y de segundo ese mismo año con un nuevo profesor, Manolo, que si bien no era para darle el nobel, eso sí, no se sentaba nunca en la silla y se recorría la clase de cabo a rabo preocupándose del alumnado y de que lo entendiéramos..
Y no sé si con esto luego llegó la madurez y la llegada a la universidad, pero hacer lo que realmente quería me hizo no ver un suspenso ni septiembre en los tres años de magisterio. Y como me quedé con ganas hice el curso puente y me licencié en geografía, que me encantaba. Y eso que trabajaba por la mañana y por la tarde iba a clase, así durante toda la carrera, sábados y domingos incluidos. 
Y eso gracias al apoyo de mi hermano, los consejos de mi madre, mi empeño y sobre todo a esos buenos maestros que supieron conectar con el alumnado y supieron  transmitir su saber de manera sencilla y práctica. Gracias maestros. Les dejo con este video que ilustra a esta reflexión:



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